Qué día más tonto. Hoy debería ser uno de esos de saltar de
alegría, se han acabado los exámenes, me han salido bien. Y, sin embargo, tengo
la sensación de estar sintiendo todos los síntomas del síndrome de Peter
Pan. Hay veces que hay que dejar paso a nuevas
etapas en nuestras vidas. El problema llega cuando las etapas que tenemos que
dejar atrás han sido impresionantes. No me veo sin entrar todos los días a las
ocho y media por la puerta, subir las escaleras, saludar al Padre Feliciano y
seguir adelante. Sentarme al lado de la columna y disfrutar con Vir de las
mañanas del café. No puedo dejar de pensar en que ya no habrá más exámenes de
dos horas y media comiéndose la cabeza para resolver un problema de Aparicio,
ni más risas en las clases de Julián, dando por hecho que hasta el rabo, todo
es toro. No veré a Antolín desesperado por estar “solo hablando a los
percheros” ni a Juana riéndose de algo que no dice en alto pero tiene en la
cabeza. No volveré a suspirar después de subir a la torre para dar Dibujo
Técnico, ni volveré a quejarme con un “Ana, hoy no damos teoría y nos dejas
pasar a limpio, ¿verdad?”. Puede que alguna vez vuelva a escuchar un “Leticia,
I miss you so much” en boca de John Peter, pero ya no será cada día que me vea
por el pasillo. Ya no podré cotillear
todos los días con Irene ni fastidiar a Domingo G. a la hora de la comida.
Cuando alguien me llame pinturilla ya no será con tanto cariño como cuando lo
hace Domingo Perea. Y si alguien vuelve a regañarme por hablar con el de atrás,
ya no será diciendo “quiero que cuando te mire, tus ojos también me estén
mirando”, como hacía Paco Vallejo.
Para cualquier persona, su Colegio siempre será el mejor
Colegio de todos. Pero estas cuatro piedras que hacen el mío… ¿cómo se puede
pensar que no son especiales? Son especiales ellas, y es especial también cada
detalle que ellas esconden. A partir de ahora, sé que cada recuerdo que he
tenido allí, siempre se quedara en mí y
me sacará una sonrisa.
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