Nada más posar un pie en tierra, la felicidad congeló sus venas. Ella es de esas personas que la encuentran en los pequeños detalles y, sin duda, ese lugar es uno de esos. Las nubes que cada día inundan el cielo y amenazan con calar hasta los huesos; los carteles del metro que educadamente te piden que te sitúes a la derecha y que tengas cuidado con el espacio que hay entre el vagón y el andén; el hecho de encontrarte una cafetería cada vez que das dos pasos; el rojo que puebla las calles con cabinas de teléfono y grandes buzones; los pasos de cebra que amablemente te ayudan a saber hacia dónde tienes que mirar; los autobuses de dos pisos, los taxis negros y las grandes avenidas; todo forma parte de su encanto.
Hay lugares que se reconocen por un símbolo, un dibujo, un monumento, una canción o un olor. Para ella, Londres sólo se reconoce por la sonrisa que le provoca. Londres significa por favor y gracias, té, Harry Potter, Sainsbury. Significa Beatles y también Rolling Stones, comer pescado con patatas los viernes por la noche y huevos fritos con bacon la mañana del domingo. Significa salir de compras por Oxford Street y encontrarte rodeada de mil personas y a la vez poder pasear por grandes praderas sola y pensar en silencio.
Londres es como ese lugar sumergido que algunos creen que existe y está lleno de perfección.
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