23 de febrero de 2011

Angélica. Anne y Serge Golon.

La joven se detuvo ante una puerta de roble negro. Allí, titubeó un instante. No había llegado nunca hasta aquella puerta. Era la de las habitaciones de Felipe. Retrocedió diciéndose que su propósito era descabellado.
La voz de ocho años, que allí arriba cantaba los amores ilegítimos del rey Enrique VI, la hizo sonreír; y cambió de idea.
Cuando hubo tocado en la puerta, La Violette vino a abrirla.
Felipe, ante su espejo, acababa de ponerse su casaca azul. Iba a marchar a Saint-Germain. Angélica debía seguirle al poco rato, invitada a la partida de la Reina y una cena íntima que se celebraría a continuación. La gente cortesana dispone de poco tiempo para tratas sus cuestiones domésticas. 
El marqués, cortésmente, no mostró ninguna sorpresa viendo a su esposa presentarse en su habitación. Le rogó que se sentara y continuó su tocado, esperando sin impaciencia que ella le comunicase el objeto de su visita.
Angélica veía a Felipe ponerse sus anillos. Los escogía despacio, se los probaba, examinando con mirada crítica su mano estirada ante él. Una mujer no lo habría hecho con mayor cuidado.
Percibió en aquella máscara de hombre concentrado en una tarea tan sencilla la frialdad cerril de la ignorancia.
¿Qué venía a buscar cerca de él? ¿Un consejo? Aquello parecía tonto. Al fin, para romper el silencio que se hacía embarazoso, dijo ella [...]
- ¿No habéis amado nunca... al menos una vez, con un sentimiento exclusivo... a una mujer?
- Sí, a mi nodriza...
Angélica no sonrío. Le miraba con seriedad, enlazadas las manos sobre sus rodillas.
- Ese sentimiento - murmuró ella - que concentra en un solo ser la grandeza del universo, la dulzura de todos los sueños inexpresados, el ímpetu y la potencia de la vida...
- Habláis maravillas de esas cosas. No, a fe mía, no creo que, por mi parte, haya jamás conocido semejante exaltación... Sin embargo, entiendo algo lo que queréis decir. Una vez tendí la mano, pero el espejismo se disipó.
Sus párpados velaron su mirada y, en su rostro tenso, la sonrisa ligera de sus labios adquirió la expresión enigmática de esos yacentes de piedra que se ven en las tumbas de los reyes. Nunca le pareció tan lejano como en el instante que quizá se acercaba a ella.
- Fue en el Plessis.... Acababa yo de cumplir dieciséis años y mi padre me había comprado un regimiento. Residíamos en la provincia por el reclutamiento. Durante una fiesta me presentaron a una muchacha. Tenía mi edad, pero a mis ojos sagaces no era más que una niña. Llevaba un vestidito gris con lazos azules en el corpiño. Me avergonzaba que la designasen como prima mía. Pero cuando cogí su mano para conducirla al baile sentí que aquella mano temblaba en la mía, y esto me produjo una sensación nueva y maravillosa. Aquella muchacha me devolvía un poder escondido. Sus ojos admirativos vertieron en mí un bálsamo, un licor embriagador; me sentí un hombre y no ya un juguete; amo y ya no criado... Sin embargo, la presenté con burla a mis compañeros: " Aquíe tenéis a la baronesa del Triste Vestido". Entonces ella huyó. Miré mi mano vacía y experimenté una sensación insoportable. Todo me pareció gris. Quería volver a encontrarla para calmarla y ver de nuevo su mirada transformada. Al pasar, cogí una fruta para serenarme... Era, creo, una manzana rosa y dorada como su rostro. La busqué por los jardines. Pero no volví a encontrarla aquella noche.
"¿Qué habría pasado si nos hubiésemos encontrado de nuevo aquella noche?" Pensaba Angélica "Nos hubiéramos mirado tímidamente... y hubiésemos caminado bajo la luna, cogidos de la mano."

9 de febrero de 2011

 Count on me like 1..2..3...
I'll be there.


Count on you like 4..3..2...
You'll be there.



Busco la luna, aunque, a veces, ni siquiera haya visto el sol... Pero, cuando tenemos una meta, luchamos por conseguirla, da igual las veces que caigamos o nos hagan caer, nosotros lo seguiremos intentando. 
Hemos estado en una pelea de leones, lo importarte es saber rugir.. (GR).