26 de abril de 2011

Era un día lluvioso. El sonido que las gotas producían al chocar contra el paraguas era para ella una especie de calmante, sus lágrimas caían con la misma intensidad. Sin embargo, podía aventurar que pronto saldría el arco iris. Sí, es verdad, ella es fuerte y no volverá a malgastar sus lágrimas. Es mejor andar con una sonrisa, una sonrisa siempre es mucho más bonita. Y si no fuera por la sonrisa que otros le regalan, ella no podría haberse dado cuenta. Se sentó en el banco, estaba mojado, pero eso daba igual. En frente, unos niños corrían mientras su madre intentaba ponerles el chubasquero. Todos sonreían, a pesar de que la hora del juego había terminado. Una mujer elegante caminaba por delante de ella. Sus tacones se  hundían en la arena del parque, pero eso no conseguía arruinar su estabilidad, sonreía.
Sonreír, hasta que nos duela la barriga, hasta que nos duelan los mofletes, estallar de la risa hasta que ya no nos quede más aire. Sonreír sin que nada nos lo impida, sin ningún límite, darnos cuenta de que la sonrisa es la única medicina para el dolor y lo que demuestra que podemos ser felices.